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HOMO IGNORENS

 

Todo

empezó al saltarme el primer semáforo.

Luego

las líneas blancas fueron borrándose de la calzada,

y los claxon barritaban en medio de la noche.

Prosiguió

al hacerse ininteligible el idioma

de las voces enlatadas en el metro; al tornarse

crucigramas los teclados de los cajeros automáticos.

Más tarde

me daba de bruces contra el cristal

de todos los escaparates, en verdad sentía

como despellejaron aquel abrigo de piel.

Al tiempo

descubrí el pergamino antiguo

de un ticket en mi bolsillo, intentaba con las llaves

serrar por la mitad mi teléfono móvil cuando

tuve que huir despavorido ante los ríos

de gente que salían del estadio.

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